Hola compañeros,
Recientemente algunos miembros del club han comenzado una campaña de warhammer fantasy, basándose en el mapa de los reinos fronterizos
En este blog os iremos presentando como avanza dicha campaña y los ejércitos que participan en ella.
En primer lugar tenemos a los Reyes Funerarios de Wallace, comandados por el príncipe funerario Hilenkemón. El propio Wallace nos presenta su trasfondo:
CAPÍTULO 1:
HILENKEMÓN, EL FARAÓN QUE RETORNARÁ A LA EDAD DE ORO
Más allá de las tierras yermas,
donde las tormentas de arena y los espejismos tapan la visión de un paisaje
desolado por el calor, el paso del tiempo y la muerte, se alza un basto
territorio desértico y hostil para la vida, cuan horroroso para el viajero que
erra en su retorno por encontrar el camino de vuelta al hogar entre las dunas
de la amarilla e hirviente arena que refleja la luz del sol mostrando
imaginarios parajes a sus asistentes o emanan, desenterrados por el viento, los
huesos de los hombres perdidos y de los animales que los acompañaban que
brillan como si hubiesen sido pulidos y colocados allí después. Donde los
espesos bosques de las tierras salvajes al norte desaparecen y comienza el
cambio de vegetación a uno más escaso y seco adaptado por este duro clima
caluroso en el que la escasez de agua es importante para su desarrollo.
Miles de años atrás, mucho antes
de la aparición del gran nigromante Nagash, ni de que se construyeran las
primeras pirámides, mucho antes de que se formase El Imperio al norte y de que
los hombres se organizasen en tribus en aquellas alejadas tierras, mucho antes
de que ningún otro pueblo se asentase en estas inhóspitas tierras donde para
levantar una ciudad es necesario un sistema de abastecimiento de agua de
canales muy desarrollados y de profundos pozos para extraerla. Se solían
construir ciudades amuralladas con grandes bloques de piedra extraída del
corazón de la montaña, obtenida a larga distancia del lugar de destino y
tallada y trabajada para cuando sea colocada para formar el muro encaje
milimétricamente y sin argamasa. Las construcciones de estos pueblos eran
colosales, ya que se pretendía dar una imagen de esplendor y grandeza a los
edificios más allá de su funcionalidad. Como costumbre, las viviendas eran
rodeadas de elaborados balcones con arcos de medio punto de los cuales colgaban
plantas de todo tipo, conseguidas de lugares más húmedos, que se enredaban
entre ellas y formaban preciosos jardines colgantes considerados por muchos una
auténtica maravilla. En esta parte del mundo se erigía uno de los reinos más
espléndidos y avanzados de su tiempo, Khemri. Era el reinado de los
reyes-dioses conocidos como los faraones al sur del viejo mundo, amantes del
oro, de la guerra y del poder.
Hace más de diez mil años, estas
tierras estaban divididas en pequeños territorios gobernados desde una ciudad
capital en cada uno de ellos y cada uno tenía uno o varios reyezuelos o
gobernadores. Estos estados eran independientes y normalmente entraban en guerra los unos con los otros por intereses
comerciales, económico y principalmente por el poder de gobernar a todas las
regiones. Decir que en aquellos territorios existía el comercio era decir
mucho. Aún así les unía una lengua común a todos ellos que era el Naharák, lengua evolucionada del
antiquísimo Nahó habado por los
primeros hombres, aunque se hablaban diferentes dialectos en algunas partes del
noreste y del sur, y una religión del culto al rey divino, todopoderoso y
omnipresente que era seguida por todos los pueblos. Se pensaba que el origen de
la dinastía real era de procedencia divina, y que gobernaban sobre el resto de
los mortales gracias a sus poderes para controlar el clima, el sol, la luna y
la materia. Todos los reyes compartirían un antepasado común de procedencia
celestial. Principalmente había dos regiones de pueblos más importantes, al
note estaba Convon, con sus ciudades estado técnica y científicamente más
avanzadas, cuna del gran impero que vendría después y ubicado en la mejor
región por la cantidad de metales que se encuentran en el interior de sus
cordilleras; y al sur Neherata, con sus ciudades estado de los guerreros más
letales, curtidos en miles de conflictos y siempre buscando un lugar de
asentamiento mejor alejados de las tormentas de arena y el calor del fin del
mundo, como ellos conocían al sur del continente. Más allá de sus dominios la
vegetación devoraba a la ardiente arena del desierto y se levantaban espesas
junglas. Las leyendas dicen que estas tierras están pobladas por hombres
cubiertos por escamas y de aspecto reptiliano que pueden respirar debajo del
agua y que se alimentan de niños. Se pueden ver en la distancia y entre la
jungla las antiquísimas pirámides de los primeros hombres, y se dice que allí
habitaban estos hombres lagarto. Aún así quedaban pequeños reductos de ciudades no alineados con ningún bando
tanto al norte como al sur, pero ninguno de ellos destacado en algún arte concreto.
Se trataba de pueblos de menor interés, totalmente discriminados por cada uno
de los dos pueblos por no aportar más que gastos para su infraestructura
política y militar.
Mientras las ciudades más
importantes de la región de Convon entablaban alianzas para repeler un posible
ataque de los Neheratos, el pueblo más belicoso de todos ellos, un joven rey llamado Tolenkemón, rey de los
Imrolianos, un pueblo bastante rico en oro, hierro y piedras preciosas ubicado
al noroeste, decidió no aliarse con ningún reino vecino norteño, siendo el
único reino importante en no pertenecer a la liga convoniana del norte,
quedando así como un bocado en el mapa que se acababa de dibujar. El rey tenía
dos esposas, la reina principal era su propia hermana, y la segunda reina, con
la que tuvo un hijo que se convertiría en su príncipe heredero. Su producción
principal comenzó a ser el armamento militar, entre otros productos
comerciales. De esta manera mantuvo un comercio muy intenso con los neheratos y
los convonienses, que no paraban de comprar armas los unos y los otros para
estar prevenidos de un posible conflicto futuro. En Imrol se desarrollaron los
estudios tecnológicos, la arquitectura, el arte y la magia debido al gran interés que
despertaban en el rey, que comenzó a estudiarla con gran asiduidad. Hizo llamar
a un sacerdote llamado Leterias, procedente de tierras muy al oeste, que
algunos dicen que viene de más allá del mar angosto para obtener gloria y fama
gracias a la riqueza de Imrol, y comenzó a enseñar al faraón la magia de la no
muerte, entre otras disciplinas. Leterias estudió muy posiblemente en alguna
escuela élfica, pero esto nunca llegó a saberse con certeza. La vida eterna
podría llegar a alcanzarse si se conseguía el suficiente conocimiento en este
campo de la magia. Estuvieron practicando durante mucho tiempo, se abrieron
distintas escuelas de magia en el reino y parecían estar consiguiéndolo, pues
era notable que su envejecimiento era más lento de lo normal, y decidió
escribir junto con su sacerdote celosamente un libro donde recogerían todos sus
avances en la magia de la no muerte. Este libro estaba custodiado por la
guardia real del faraón, y estaba penado con la muerte el hecho de solo verlo,
ya que se encontraba en la cámara más oscura del templo sagrado de Imrol.
Comenzaron a hacer experimentos mágicos con distintos animales, como por
ejemplo los gatos, muy comunes en la región y que consideraban de origen
divino. Consiguieron prolongar su vida de manera asombrosa, hasta el punto que
el animal aún en huesos, después de pudrirse y devastado por las moscas y los
gusanos seguía con vida.
Y combinando la magia con su
habilidad para producir tan perfecto armamento, mezclaron sendas artes y
crearon un arsenal de armas con poderes sobrenaturales. Forjaron espadas cuyo
filo perduraría durante milenios, corazas imprenetables y escudos de bronce que
soportaban la carga de una lanza de caballería. La joya principal del faraón
era su máscara de oro, capaz de detener el corazón a aquel que osase mirarla
durante más del tiempo debido. Se decía que era capaz de robar el alma de aquel
que la mirase y sumirlo en una profunda sombra para el resto de sus días. La
máscara era de una sola pieza, y cuando el faraón la llevaba puesta emanaba una
luz de color verdoso, muy intensa, que hacía pensar que más que un hombre,
debajo de aquella máscara había una lámpara que trataba de proyectar su luz por
el hueco de los ojos.
Llegó un momento en que el rey
representante de la Liga Convoniana pidió audiencia al faraón Tolenkemón para
convencerle de que dejase de vender armas a los aguerridos y belicosos sureños.
Tolenkemón declinó tal petición y manifestó su intención de seguir comerciando
con sendos bandos. La gloria de Imrol estaba en su momento cumbre y no quería
permitirse el hecho de perder su poder económico de esta manera. Los
convonianos no podían soportar la idea de que sus rivales pudieran tener mejor
armamento que ellos ni mayor cantidad de soldados, así que decidieron atacar
Imrol para saquearla y obtener un punto de ventaja con los Neheratos.
Prepararon un ejército de trescientos mil soldados y sus mejores máquinas de
guerra y partieron prestos a atacar Imrol.
El ataque fue una sorpresa, y no
pudo ser repelido por los imrolianos, que no pudieron hacer otra cosa sino
contemplar la devastación de su casa y la conquista de su pueblo, ahora esclavo
de los convonianos. El faraón ocultó a su hijo Hilenkemón y a sus dos esposas a
tiempo, antes de que los soldados pudiesen entrar al templo y consiguieron
escapar en un carro escoltado por un destacamento de los carros imrolianos,
conocidos por ser los más veloces del mundo conocido. Seguramente llegaron a
Jorigar, una ciudad alejada y aislada donde los soldados que la guardan
alquilan sus espadas al mejor postor, pero su paradero desde entonces fue
incierto y no se volvió a saber más de las reinas ni del niño príncipe.
Tolenkemón y su sacerdote
Leterias, junto con la gran guardia del rey, lucharon con gran valentía
utilizando la magia conocida. Masacraron a una parte del ejército atacante, y
los que no cayeron contemplaban horrorizados el poder de aquella magia
poderosa, pero no fue suficiente para frenar el asedio. Al acabar la batalla,
fueron prendidos y ejecutados en el foro de Imrol. Desde los balcones de las
casas que rodeaban el foro, los vecinos se asomaban y contemplaban a su faraón
siendo decapitado. Los gritos de algunas mujeres llenaron de espanto aquella
escena trágica y los habitantes se llevaban las manos al rostro para contener
sus lágrimas. Los convonianos no obstante eran muy respetuosos con su culto a la
muerte, ya que su fe se basaba en la vida después de la muerte. Las cabezas del
sacerdote y el faraón fueron cosidas a sus cuerpos y fueron embalsamados y
momificados. Sus cuerpos descansarían en unos sepulcros que fueron ocultos en
las catacumbas de laciudad.
Imrol cayó, pero Convon estaba
desgastada para atacar al sur en un contraataque rápido. Decidieron esperar
ahora que los neheratos no tenían un proveedor de armas y ellos se habían hecho
con el monopolio militar. No había que correr riesgos, había tiempo para
terminar el conflicto, de esta manera asfixiarían a su rival. Pasaron las
décadas, y en Convon la inestabilidad política era algo muy notorio. Las
alianzas se iban reduciendo y las rivalidades políticas de los reyezuelos
aumentaron en constantes celos por acaparar poder. Cada rey decía estar
legitimado para gobernar al resto.
De improvisto, una noche, los
sonidos de marcha de un ejército despertaron a los vecinos de los pueblos
fronterizos al sur, y una caravana de gente con caballos y camellos cargados de
bultos y alimentos corría para ponerse a salvo. Los Neheratos estaban atacando,
el pánico cundió en la zona. Un ejército inmenso y poderoso había recortado la
frontera y estaba acampado en las proximidades de las capitales más importantes
del norte. Se hablaba de un gran guerrero entre las filas de los Neheratos que
era capaz de envolver en llamas a regimientos enteros y causar terror con su
horrible máscara. Los Convonianos armaron un ejército de quinientos mil
efectivos reservados para la gran guerra y atacaron al invasor. Todos los reyes
de Convon estaban en la batalla para presumir de su poder bélico, algo propio
de su carácter.
El ataque fue un destre. Todo el
ejército norteño fue destruido y pasado por las armas y sus reyes y gobernantes
fueron capturados. El gran guerrero anónimo resultó ser el mayor mago que jamás
había visto el mundo hasta entonces en esa región. Su nombre era Hilenkemón, el
príncipe fugitivo. Jamás se podían haber imaginado que se uniera a los
neheratos, pero realmente no fue así, primero invadió al pueblo más belicoso y
difícil de gobernar, y después, una vez unificados los neheratos en una sola
corona atacó por sorpresa al otro.
Hilenkemón consiguió que los
reyezuelos rápidamente se rindieran a él y le juraran lealtad, tal como había
conseguido años atrás invadiendo a los Neheratos con un pequeño ejército
mercenario que reclutó con las joyas familiares que se consiguieron salvar del
asedio a su reino natal. Los pueblos del norte y del sur fueron finalmente
unificados y alzó a los muertos recientes en la batalla para formar parte del
ejército del reino unificado de Khemri. Además proporcionó a los habitantes del
reino el don de la no muerte para poder así expandirse por el ancho mundo y
conquistar todos los pueblos. Esta civilización había alcanzado la inmortalidad
y ahora eran imparables.
El poderoso príncipe había
estudiado desde su infancia los conocimientos de su padre, burlando así a la
muerte durante siglos, pero su cuerpo y el de los habitantes de Khemri mermaba
y se consumía con el paso de los siglos, pareciendo ahora malditos esqueletos
animados, que vagaban por el mundo. Carecían de una eterna juventud. La
población empezaba a dudar de la divinidad del rey y se sucedieron rebeliones
en el reino que fueron sofocadas por la espada.
Un invierno, una gran horda de
los pieles verdes del norte descendió a Khemri y destruyó a la mayoría del
ejército de Hilenkemón. Éste, al acabar la batalla con los orcos, comprobó que
esta forma de no vida no podía continuar así ya que eran demasiado débiles.
Vencieron a los orcos, pero el desastre fue tal que tuvieron que replegarse a
Urth, una ciudad muy pequeña ubicada al noreste y perdieron el resto del reino,
que más tarde otros gobernarían con el nombre de Nehekara. Llegó a Urth el
ánimo de conquista tras escuchar al oráculo, al cual consultaban a diario para
preguntar a los dioses cuándo les sería devuelta su gloria de una edad pasada,
ahora arrebatada. Decía que un dios había redepositado un poderoso objeto
mágico que se halla al norte, en los Reinos Fronterizos, codiciado por el poder
que podrían obtener del mismo por varios generales de diversos nuevos reinos
surgidos no hace mucho tiempo, y con el cual podrían retornar a su anterior
vida. Según parece, un nuevo imperio humano muy poderoso ha surgido al norte
del continente y se dispone a obtenerlo.
¡Esperemos que os haya gustado!